Capítulo 8. Leonor

1946

La maldita hambre. Espero conseguir algo de pan, que ya me toca por cartilla. Y un poquito de conejo… Sería un sueño. Igual es el momento de probar otras cosas. Hay quien dice que el gato sabe como la liebre, y también quien no le hace ascos al perro, ni al burro.

_¡Leonor! ¡Ah! Ya sales… Hoy te traigo carta.

_Buenos días, Emilio. Será de mi hermana. Muchas gracias. Pues iba al colmado… A ver si hay suerte. Oye, por cierto… ¿Cómo está tu pequeño?

_Va mejorando, Leonor. Aunque todavía estamos preocupados. Ya sabes la de gente que se nos ha ido con la viruela, pero parece que esa nueva vacuna sí que es eficaz. Su madre no se despega de él, ni de noche ni de día…

_Mucho ánimo. Tenemos que confiar en la ciencia. Mándales un abrazo de mi parte, y diles que si consigo harina, les voy a llevar unas migas esta tarde.

_Gracias, Leonor. No te las vamos a despreciar, que el hambre aprieta, y nadie tiene mejor mano que tú pa’ unas buenas migas. ¡Ve con Dios!

Qué calor… ¿Y esa placa que se ve hoy en la fachada de la Iglesia? «Doce normas que han de cumplir las mujeres. 13 de julio de 1946».

“Las mujeres no saldrán a las calles sin medias, ni con vestidos demasiado cortos o apretados, ya que provocan las bajas pasiones de los hombres…”

No puedo creerlo… ¿Dónde vamos a llegar?

“No es decente que las mujeres y las niñas vayan en bicicleta, ni que vistan pantalones o vestidos por encima de la rodilla, ni que bailen con música moderna…”

Es aterrador. Sólo quieren controlarnos y someternos. La mujer debe ser esposa, madre y servidora de la Patria… Cuidar del hogar, de los hijos, y comulgar con el Régimen y con la Iglesia, que para el caso, es casi lo mismo.

Años después de la tragedia de una guerra, seguimos conviviendo con el horror y la represión… Las colas de interrogatorios, las torturas, los cadáveres, las violaciones, los secuestros de los niños… Miedo, hambre y tristeza. En eso han convertido «su patria».

Bueno, debo pensar en otra cosa, o el rencor no me dejará vivir… Al final, la compra no ha ido tan mal. Entre lo pagado y lo trocado, mis niños y yo tenemos la semana medio resuelta.

Cómo te añoro, tata. Yo también voy a escribirte unas letras… «¡Arriba España! Saludo a Franco» ¡Lo que faltaba! Ahora, ya va impreso en los sobres… ¿No es el ser más soberbio del mundo?

Mi querida Carmen, qué bonita carta. No te he vuelto a ver desde que huiste con Alonso por el puerto de Alicante… Sólo me consuela que tú puedas vivir en libertad. Me gusta que me cuentes cosas de América, en especial de esas mujeres tan independientes y comprometidas que quieren cambiar el mundo. Como esa Eleanor Roosevelt, que se llama como yo, y a la que tanto admiras. Derechos Humanos… ¿Cuándo sabremos aquí lo que significa eso?

A menudo me pregunto qué futuro les espera a mis hijos. Manuel, como papá, tan curioso y soñador, escribiendo cada día… y Ángel, tan trabajador y siempre dispuesto a ayudar… Ya sé que te has ofrecido a criarlos y darles una educación, pero se me parte el alma cuando pienso en dejarlos marchar. Puede que llegue el día en que no nos quede otra alternativa…

Yo he de cuidar de nuestros padres, y de la tía Ana. Si no fuera por ellos, ya habríamos seguido tus pasos. A veces me encuentro muy sola. La vida aquí es tan triste… Si Juan José siguiera a mi lado, la carga sería más llevadera. Pero basta de lamentos… No sabes cuánto me alegra recibir noticias tuyas, y cómo deseo que llegue el día en que pueda darte un abrazo de verdad.

Tu hermana, que te quiere. Leonor.

Autora: annacarrera.com

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