Ya no quiero mandarinas

El recuerdo que da nombre a mi web viene de cuando era niña. Mis padres me lo han relatado a menudo, y siempre me he visualizado en esa escena con mi propia imagen mental, pues era muy pequeña para poder rememorarla.

Mi madre solía tener un cestito de mandarinas para aromatizar la casa. Parece que cuando nadie me veía, me llevaba el cestito a un rincón, y allí escondida, comía mandarinas hasta que acababa con ellas. Las pieles, prueba del delito, se quedaban en el rincón. Mis padres aparecían de repente, se hacían los sorprendidos, y a mí me enfadaba mucho que me pillaran in fraganti. Parece ser que siempre zanjaba el tema contestando, con lengua de trapo, “¡ya no quero mandaína, ea!”. Pues pasados los 50, sigo comiendo mandarinas a diario. Ahora, en invierno, están tan buenas…

Todos tenemos el derecho de atesorar esas escenas felices, que nos van anclando a la vida, que nos van dando conciencia de cuánto nos han amado, y que a medida que vamos creciendo, nos van haciendo fuertes y nos van alimentando el alma, para que un día, cuando aquellos a quienes tanto queremos nos sean cruelmente arrebatados por el propio ciclo de la vida, podamos al menos llegar a soportarlo.

Cuando eso ocurre, y te quedas huérfano por el irremediable transcurrir, sólo esas imágenes mentales de cariño y de cuidado te consuelan ante la cruel pérdida. Y es que todos hemos llegado para amar, para admirar la hermosura de la vida, y para ver cómo a menudo esta belleza se desvanece ante nuestras narices, y nos deja desamparados en un silencio amargo.

Hablando de recuerdos, hacemos que esa belleza regrese, que los nuestros sigan con nosotros, que nuestros hijos lleguen a conocerlos, y que puedan acumular esas vivencias en su propia maleta de la felicidad.

Autora: annacarrera.com

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