Vapor Vell

La oscuridad de la noche y la luz interior convierten el ventanal en un gran espejo, que devuelve íntegramente el contenido de la estancia. Arriba, focos ordenados en filas; abajo, mesas y sillas, dispuestas alrededor de la sala, quieren hacerla parecer un aula, aunque en realidad no huela como tal.

En las paredes, cuelgan pares de hilos, más o menos a cada metro. Algunos, sostienen marcos. Se intuye que deben de encuadrar obras pictóricas, o tal vez fotografías. Otros, sin embargo, se ven huérfanos de arte alguno que mostrar. Al final, se advierte la puerta de madera clara, y al lado opuesto, el indiscreto extintor. Este acompaña a unos carteles informativos, de también indiscreto color, que probablemente nadie, antes de este momento de ejercicio descriptivo, pretendió nunca leer.

Pero lo más atípico, sin duda, es ese curioso grupo de gente. Gente diversa, gente corriente. No discuten sobre el devenir de la vida, no debaten sobre arte o literatura, no miran ni escuchan atentamente al disertante o al intérprete, sino que caminan extrañamente, cual clan, en dirección random por todo el espacio de la sala. De repente, se detienen, y parecen apreciar con detalle cada objeto y rincón del espacio. Luego apuntan, y entonces, vuelven a empezar. Ciertamente, se diría que es alguna clase de ceremonia o ritual, sin reverencia, sin fervor alguno, y sin deidad, icono, ni fetiche que venerar.

Observando, una tarde cualquiera, en la biblioteca Vapor Vell.

Autora: annacarrera.com

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